domingo, 14 de diciembre de 2008

Ya no sé

Dejo aquí un video que a veces necesito volver a ver (o mostrar) y me cuesta encontrar. Es del grupo uruguayo "Cuarteto de nos" y se llama "Ya no sé qué hacer conmigo".
Aunque uno no comparta la totalidad de lo que dice (y mucho menos haya recorrido el mismo camino que dice), muestra un poco los cambios que suceden en la vida de una persona. ¿Siempre fue así? ¿es una característica de la juventud "actual"? No sé, pero puede ayudar a pensar a nuestros alumnos.

Acá va:

martes, 26 de agosto de 2008

Lo dice Tedesco

Les mando una nota publicada en el diario Clarín el día 19 de agosto de 2008 sobre la "lentitud" del proyecto de una computadora por alumno.
Saludos
Agustin


Sí, una computadora por alumno

El proyecto para proveer de computadoras a las escuelas, presentado hace tres años, se demoró más de lo esperado, pero sigue siendo un compromiso para la introducción de las nuevas tecnologías en el proceso de enseñanza y aprendizaje.

Imagen por Horacio Cardo (http://www.horaciocardo.com/)

Nuestro país se ha comprometido a garantizar el acceso universal a las nuevas tecnologías, como dimensión fundamental de una educación de buena calidad. Para ello se trabaja cotidianamente y en estrecha cooperación con los ministerios de educación de las provincias, a través de diferentes estrategias que se dirigen tanto a la provisión de computadoras a las escuelas como a la capacitación docente para su uso pedagógico. En este contexto, uno de los programas de mayor repercusión pública es el promovido por Nicholas Negroponte, "Una computadora por niño" (OLPC).

En los últimos meses, por diferentes medios de comunicación, se ha difundido el reclamo acerca de la falta de cumplimiento de un supuesto compromiso del Ministerio de Educación de la Nación con la compra de computadoras, así como la idea según la cual este proyecto sería la panacea frente a los problemas educativos argentinos. El tema es muy importante y por eso es necesario que lo discutamos con seriedad y adecuada información.

Primero, vayamos a los hechos. La cronología comienza en enero de 2005, en ocasión del Foro Económico Mundial de Davos, donde Nicholas Negroponte presentó lo que él mismo denominó como "el proyecto del resto de su vida": una computadora portátil de 100 dólares, que, distribuida gratuitamente a través de los ministerios de educación permitiría a los estudiantes de todo el mundo, el acceso a la tecnología de manera sencilla y amigable.

La relevancia del proyecto provocó el interés de varios países con voluntad política de universalizar el acceso a las nuevas tecnologías. La Argentina, a través del entonces Ministro de Educación, Ciencia y Tecnología, Daniel Filmus, se propuso avanzar en el estudio del proyecto y creó un grupo de trabajo en Educ.ar, para evaluar la propuesta y sugerir un plan de acción. En aquel momento, OLPC pidió una definición para marzo de 2006, que les permitiera iniciar la producción y entregar las computadoras en diciembre de ese año.

El ministro Filmus, estableció tres condiciones básicas (además de asumir que el precio sería de 100 US$ por laptop): tomar la decisión de compra a partir del modelo definitivo y no de un prototipo de prueba, realizar un piloto y trabajar con un organismo internacional que asegurara transparencia en el proceso de compra.

Luego de varias reuniones e intercambios, se aceptó continuar bajo estos supuestos y Argentina pasó a formar parte del grupo inicial de siete países junto a Brasil, China, Egipto, India, Nigeria y Tailandia que liderarían la aplicación del proyecto. El grupo de trabajo en Argentina (con activa participación del equipo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA), desarrolló distintas pruebas con los prototipos que se iban recibiendo pero no con el modelo final, que demoraba en llegar. En noviembre de 2006, Negroponte visitó nuevamente nuestro país y fue recibido por el presidente Kirchner. En esa visita, Negroponte se comprometió a que, en un plazo no mayor a seis meses, las computadoras estarían funcionando y se podría entonces, definir la adquisición. En ese período comenzaron a aparecer distintas empresas nacionales y extranjeras, con opciones alternativas al modelo OLPC, que modificaron el escenario inicial. En mayo de 2007, la fecha comprometida por Negroponte, se realizó la ansiada presentación y si bien los avances fueron importantes, las computadoras no podían ser aun consideradas como un producto estable.

Resultaba claro que la decisión de compra no era posible en esas condiciones y, si la hubiera, debería ser a través de una licitación, en la que pudieran participar los distintos oferentes. En este proceso, casi todos los países de la lista inicial fueron desertando de su participación en el proyecto. En síntesis, nunca se firmó compromiso alguno de compra, ni en esta gestión ni en la anterior. Desde este Ministerio se sigue con interés el avance del proyecto. Mientras tanto, seguimos con nuestras políticas de equipamiento a las escuelas y a los Institutos de Formación Docente, de producción de materiales de alfabetización digital, de incentivos a las experiencias innovadoras de utilización de las nuevas tecnologías en el proceso de enseñanza-aprendizaje, tanto en la enseñanza obligatoria como en la educación superior, así como la expansión de la conectividad a las zonas más carenciadas del país.

Tenemos claro que no estamos frente a un desafío tecnológico sino frente a un proyecto social y educativo. En este sentido, la introducción de computadoras en las escuelas tiene que ser concebida como un aporte a una educación que satisfaga los dos grandes objetivos que se propone la educación del siglo XXI: aprender a aprender y aprender a vivir juntos.



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Agustín, el profe de tecnología
http://tecnologiaitinerante.blogspot.com

martes, 19 de agosto de 2008

historia del teclado

Hola a todos.
Les mando un artículo que fue publicado hoy (19/8/2008) en el diario Crítica de la Argentina, que trata un poco de historia de la tecnología.
Saludos
Agustin

CONTRATAPA

Christopher Sholes, el señor Qwerty

Al teclado de las máquinas de escribir se lo denomina Qwerty porque así se leen sus primeras letras. Una falsa leyenda le atribuye la paternidad a cierto James Daugherty. Eduardo Berti.

07:01 |
19.08.2008
Al teclado de las máquinas de escribir y de las computadoras se lo denomina Qwerty porque así se leen sus primeras letras, de izquierda a derecha. Una falsa leyenda le atribuye la paternidad del Qwerty a cierto James Daugherty, que inventó a fines del siglo XIX una máquina de escribir. Según esta leyenda, Daugherty ordenó las teclas para que el "e-r-t-y" permitiera escribir con facilidad su
apellido.

El verdadero creador del teclado Qwerty fue el norteamericano Christopher Latham Sholes, quien a partir de 1867 patentó varias máquinas de escribir. Nacido en 1819, Sholes había trabajado como editor de periódicos y ejercido cargos políticos y administrativos, cuando con dos socios, Carlos Glidden y Samuel Soule, logró al fin una máquina de escribir tan eficaz que, en 1873, la empresa
Remington compró los derechos por 12 mil dólares.

En cuanto al teclado Qwerty, existen dos versiones sobre su nacimiento. La primera indica que las máquinas de Sholes tenían un inconveniente: apenas el dactilógrafo adquiría buen ritmo, los tipos chocaban y se atascaban como espadas cruzadas.

Para evitarlo, Sholes cambió la disposición de las teclas (originalmente alfabéticas) por otra que
ralentizara la velocidad de mecanografiado. Según esta versión, el de Sholes es un clásico ejemplo
de producto que se impone no por ser necesariamente el mejor.

La segunda versión sostiene que uno de los muchos socios que tuvo Sholes para sus inventos (un inversor llamado Densmore) era hermano del futuro pedagogo Amos Densmore, autor de un estudio sobre la frecuencia más usual de pares de letras en el idioma inglés. Según esta versión, Sholes consideró los grupos de letras que suelen escribirse juntos con mayor asiduidad ("th", "er",
"re") para diseñar su teclado.

Como sea, el Qwerty apareció tanto en la primera Remington como en su edición mejorada: la célebre y masiva número dos, que también incluía otras novedades, como la tecla "shift" para escoger entre mayúsculas y minúsculas (el modelo previo, del que se vendieron apenas unas 5 mil máquinas, sólo traía mayúsculas), y los números "1" y "0" (en el modelo previo debían usarse la "ele" y la "o").

Diez años después, el Qwerty empezaba a imponerse en los Estados Unidos, donde se organizaban concursos en los que debía escribirse la mayor cantidad de palabras sin mirar, ni de
reojo, las teclas. Sholes murió en 1890 sabiendo que su teclado permitía escribir entre 80 y 100
palabras por minuto, cuando la escritura manual ronda las 20, pero sin imaginar que en 1923 (en el libro The History of the Typewriter) se lo retrataría como "el salvador de las mujeres", ya que su Remington Nº 2 masificó la profesión de secretaria-dactilógrafa.

Pronto el Qwerty pasó a ser el estándar occidental, a lo sumo con ligeras variantes (el Azerty francés o el Qwertz alemán), y aunque se le formularon objeciones (su mala ergonomía que, al menos en inglés, obliga a usar mucho más la mano izquierda que la derecha) no fue desbancado
ni con la llegada de la máquina eléctrica ni con la invención de numerosas alternativas, como
el teclado del profesor August Dvorak, quien alrededor de 1935 dispuso las vocales y consonantes
más frecuentes en la hilera del centro.

Parece que el Dvorak no sólo era mejor en lo ergonómico, sino en velocidad, ya que con él podían escribirse 400 palabras por minuto. Que los fabricantes y diseñadores de computadoras no lo tuvieran en cuenta y prefirieran seguir con el Qwerty se explicaría, ante todo, por la ardua y tortuosa readaptación masiva que habría significado semejante decisión. Según Koichi Yasouka (todo un experto en el tema), el propio Sholes estaba insatisfecho con el Qwerty y trató, en 1880, de mejorarlo con otro teclado en el que, un poco como Dvorak, agrupó vocales y consonantes frecuentes.

Al morir Sholes, sin embargo, sus patentes cayeron en manos de Clarence Walker Seamans, primer presidente de la Union Typewriter Company. "Pero el señor Seamans, que impulsaba el oligopolio del Qwerty –dice Yasouka–, nunca lanzó a la venta el nuevo teclado de Sholes".

sábado, 12 de julio de 2008

Contaminación lumínica

Aunque El Leoncito no está en Malargüe sino en San Juan, creo que está muy bien tratado el tema de la contaminación lumínica en las ciudades (donde llega a situaciones extremas) y poder así valorar el cielo que se puede disfrutar por estas zonas. Algo había dicho cuando proponía la observación de la Estación Espacial Internacional (http://tecnologiaitinerante.blogspot.com/2007/06/visita-escolar.html). 

Esta nota fue publicada en el diario Crítica de la Argentina el 12/7/2008


la contaminación lumínica hace estragos

Y en el cielo las estrellas no se ven

En la ciudad de Buenos Aires sólo pueden verse unas cien, cuando deberían apreciarse hasta 3.000. En Malargüe protegen el firmamento.


Federico Kukso
12.07.2008

Ciegos. Hay 1.200 millones de personas que no pueden ver la Vía Láctea.

En el capítulo "Reencuentro con el firmamento", como se lo llamó por aquí, de la 14º temporada de Los Simpson, Lisa, aquella versión amarilla y estadounidense de Mafalda y Susanita juntas, descubre las maravillas de la astronomía y se compra un telescopio. Lo apunta repetidas veces al cielo y nada. La luz de la ciudad es demasiado fuerte para ver a Júpiter, a Venus o a las estrellas.

"¡Me robaron las estrellas, Springfield!", grita. Y entonces, el Profesor Frink, aquel científico excéntrico y chiflado de la serie, sale como siempre de la nada y le responde desde la baranda del observatorio. "Sé exactamente lo que estás sintiendo –dice–. Lo que ves es contaminación lumínica. Para los astrónomos, como yo, es un problema mayor que, no sé, conseguir una cita".

Más allá del gag y la risa efímera producida por el dibujito animado que le toma el pulso a la cultura estadounidense hay una realidad: para millones de personas, el cielo no existe o es apenas aquello de lo que se habla y muestra en documentales, series televisivas de ciencia ficción y películas de batallas espaciales.

Planetas, nebulosas, constelaciones, cometas, lluvias de asteroides y demás escenas que recorren el techo natural terrestre se apagaron a causa de las mismas luces que iluminan al mundo.

El planeta entero se convirtió en una inmensa lamparita negando a generaciones presentes y futuras un espectáculo único, el mismo que inspiró a poetas, escritores, músicos y les robó el sueño a titanes intelectuales como Aristóteles, Copérnico, Galileo, Newton y Einstein.

El fenómeno es relativamente nuevo si bien se calcula que arrancó en 1930 cuando la noche dejó de ser sinónimo absoluto de oscuridad. Aquellos sistemas nerviosos urbanos, las redes eléctricas, se expandieron por el mundo volviéndose un recurso natural e imprescindible.

Y al mismo ritmo, la Vía Láctea se esfumó. En ciudades como Buenos Aires, en vez de apreciarse de dos a tres mil estrellas (de las cien mil millones que hay en nuestra galaxia) durante una noche despejada ahora sólo se ven, en el mejor de los casos, unas cien. Y de ellas, las que se muestran son estrellas de tercera magnitud, es decir, las más brillantes.

Hace unos seis años los italianos Pierantonio Cinzano y Fabio Falchi (Universidad de Padua) espantaron hasta al más desprevenido: en el Primer atlas mundial del brillo artificial del cielo nocturno concluían que dos tercios de la población mundial –cuatro mil millones de personas– viven en lugares con algún grado de contaminación de este tipo; que 1.200 millones de personas ya no pueden ver la Vía Láctea y que en los países más desarrollados la contaminación lumínica crece a un ritmo anual de entre un 5 y 10 por ciento.

"La luz que se emite al cielo se refleja y dispersa en la atmósfera, en las partículas de smog, que a la vez filtran y reducen la propia luz de las estrellas", señala Alejandro Blain, director del observatorio de la Asociación Amigos de la Astronomía.

"La contaminación lumínica no es sólo un problema de los simpatizantes de la astronomía; es de todos. Se consume una innecesaria cantidad de energía iluminando sin normas claras. Se podrían ahorrar millones de dólares por año si se regulara."

Por eso, para admirar el cielo –y descubrirlo– hay que escapar, huir del velo luminoso que envuelve ciudades e instalarse con carpa, telescopios y, de ser posible, con amigos a unos 150 km del monstruo lumínico del Gran Buenos Aires. Por ejemplo, ir a San Pedro.

No se trata, en realidad, de promover un laconismo lumínico, si no de iluminar bien, no hacia arriba (las panzas de los aviones), sino hacia abajo ya sea con escudos, mamparas o techos que apacigüen la fuga lumínica.

En algunas ciudades, como en Malargüe, Mendoza, el tema escaló de reclamo de pocos a preocupación de muchos. "En nuestra ciudad hay una ordenanza de protección del cielo nocturno. Y la reserva El Leoncito, donde está el Complejo Astronómico, es zona protegida, una reserva astronómica", indica la astrónoma Beatriz García.  Por eso se sabe –los astrónomos saben– que la experiencia de ver el cielo es radicalmente distinta a la de alguien del siglo XIX.

"La gente de las ciudades no tiene ni la menor idea de lo que es el cielo nocturno –concluye con tristeza Blain–. Sólo cuando ves un cielo limpio y despejado te das cuenta por qué la astronomía es la primera de las ciencias, la ciencia más antigua".


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Agustín, el profe de tecnología
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miércoles, 25 de junio de 2008

¿Piratas?

Les comparto (¿pirateo?) una nota que acaba de ser publicada en el diario Crítica de los Argentino sobre la piratería y la industria. Creo que es interesante para observar que la evolución de la tecnología no es lineal y responde también a presiones e intereses, aunque no siempre ganen. Parte de la nota es un relato histórico de lo que a veces se dá como natural en el área: la propiedad intelectual de los inventos.

Nota original: http://criticadigital.com.ar/impresa/index.php?secc=nota&nid=6829

EL VIEJO COPYRIGHT VERSUS LOS NUEVOS GOCES DE LA PIRATERÍA

En defensa de pata de palo

La propiedad intelectual no nació con el hombre sino con el capitalismo y la imprenta. Las primeras disputas sobre el tema datan del siglo XVI pero hoy, con la expansión de internet, se hace polvo el viejo sentido común, para desagradado de las industrias culturales y de los fabricantes de software. Cómo encara el debate el Primer Mundo y qué posibilidades tiene el siglo XVI de perpetuarse en el XXI cuando millones ejercen el derecho de producir, editar y distribuir música.


Patricio Lorente*
25.06.2008
Ocurrió en Gran Bretaña a fines del siglo XVII y fue quizás el primer conflicto documentado entre la industria cultural y un grupo heterogéneo que, hoy, en honor a la brevedad –pero no a la exactitud– sería estigmatizado con el nombre de "piratas". Para entonces la imprenta de tipos móviles, popularizada y perfeccionada luego de algunos siglos, permitía la producción seriada de libros. Al mismo tiempo, el avance de la alfabetización, junto al desarrollo de determinados sectores sociales (una burguesía floreciente, una burocracia gubernamental en expansión), dio paso a un mercado ávido de estos bienes sofisticados. Fue un episodio histórico que podría considerarse –a la vista de los debates actuales sobre propiedad intelectual– como fundacional: los editores londinenses reclamaban derechos exclusivos de publicación a perpetuidad cuando adquirían un original. Pero sucedía que lejos de Londres otros imprenteros ignoraban tan novedoso reclamo y ponían a la venta los mismos libros a un precio que no incluía el impuesto monopólico que se cobraba en la metrópolis.

La pretensión de los editores era, en efecto, toda una novedad. Antes del invento de Johannes Gutenberg no existía ninguna restricción sobre la copia de libros: aquellos pocos que accedían a un libro y sabían leerlo eran libres de copiarlo si es que el tiempo y las ganas se lo permitían. Ni el copyright de origen anglosajón ni su primo continental, el derecho de autor, existían antes del conflicto desatado por los libreros londinenses y su exigencia de eterno monopolio sobre los libros que editaban.

La reina Ana de Estuardo quizás haya creído que sería recordada por la unificación de Inglaterra y Escocia en la Gran Bretaña. Hoy sin embargo es mencionada más asiduamente en referencia al llamado "Estatuto de la Reina Ana", que entró en vigencia en 1710 y pretendó zanjar aquel conflicto de origen: los libreros tendrían derechos exclusivos de publicación pero limitados en el tiempo, 14 años prorrogables por 14 más en caso de que el autor tuviera la fortuna de continuar con vida.

Desde esa primer ley que restringió la posibilidad de copiar una obra (en este caso, literaria, pero con el avance de la tecnología se iría expandiendo a otros campos) la ecuación teórica fue más o menos la siguiente: los ciudadanos renuncian a su derecho de copiar y a cambio facilitan –y se benefician con– el desarrollo de una industria editorial. Y para limitar los abusos que se derivan de todo monopolio, se lo restringe en el tiempo. Precisamente, que esta norma creara monopolios fue fuente de dudas entre los constitucionalistas norteamericanos, que a pesar de sus recelos terminaron adoptando una ley de copyright con plazos idénticos a los de la Gran Bretaña.

Cierto es que resignar el derecho de copiar no constituía un gran renunciamiento: para copiar con eficacia se requería un aparato industrial que no estaba al alcance de cualquier entusiasta. Es que, en rigor, se trataba de una regulación de carácter industrial, que establecía las condiciones de competencia entre las empresas editoriales.

LA PESADILLA DE ORWELL. Desde aquel lejano siglo XVIII hasta hoy las cosas han cambiado. Durante el último siglo el plazo de exclusividad ha ido creciendo: en los Estados Unidos se habla de Ley Mickey Mouse porque cada vez que el ratoncito está por ingresar al dominio público el período de explotación exclusiva crece por una reforma oportuna; de seguir repitiendo estos estirones, tenderá a la eternidad. Si bien hay variantes a lo largo del planeta, actualmente el piso suele ser de setenta años después de la muerte del autor. Hoy la prohibición de copiar una obra se reclama como derecho natural por parte de la industria, especialmente la musical –no como un regulación industrial cuyo fin era el bien común– y se exige el endurecimiento de las penas y del control. Al mismo tiempo, ya ha dejado de ser necesario un aparato industrial para copiar textos y tampoco para producir, editar y distribuir música o multimedia. Antes la sociedad resignaba un derecho que apenas podía ejercer; hoy que puede ejercerlo todo indica que ha decidido recuperarlo. Cada día más gente descarga archivos de música o multimedia de internet a pesar de la creciente amenaza mediática.

¿Tiene sentido profundizar un conjunto de instituciones normativas que se desarrollaron en un contexto tan distinto? ¿Puede controlarse con eficacia el intercambio y copia de archivos que desde la industria se equipara al asalto de barcos y al asesinato de personas?

La respuesta corta es "no": no es posible controlar el intercambio y copia de archivos a menos que se diseñe una estructura de vigilancia que arrase con derechos civiles elementales como la privacidad de las comunicaciones. Hay algunos países que han cedido a esa tentación, contrariando su propia historia de defensa de los derechos individuales: uno de ellos, los Estados Unidos de George Bush, ha sancionado una pomposa "Ley de Copyright del Mileno Digital" (DMCA), que convierte en ilegal casi todo lo que se haga con texto, música, multimedia, software o lo que sea que se encuentre en soporte digital. Tiempo atrás, una universidad que investigaba cuán fiables eran unos aparatos de voto electrónicos, fue intimada por los fabricantes para que detuviera sus investigaciones so pena de demandarla por violación a la DMCA. Increíble pero real: la exacerbación de las restricciones del copyright lleva a que los ciudadanos ni siquiera puedan intentar averiguar qué hay dentro de la urna donde depositan sus votos.

Más romántica pero no menos preocupante ha sido la actitud del presidente francés, Nicolas Sarkozy, quien conoció a quien sería su futura esposa en una reunión con artistas y discográficas que pretendían más control sobre las descargas de música por internet. En el publicitado cortejo que siguió a esa reunión, Carla Bruni recibió de su amante no sólo rosas, chocolates y anillos de boda, sino también los acuerdos Oliviennes, una resolución que permite controlar la actividad que realizan los ciudadanos por internet.

Italia, en cambio, ha puesto un freno a semejante desmesura, y hace pocos días la Autoridad Italiana para la Protección de la Privacidad decretó que "monitorear la actividad de los usuarios de internet para ver si intercambian archivos por ese medio es una violación al secreto de las comunicaciones privadas".

Es que desde que la consigna "libertad, igualdad, fraternidad" vio la luz, también se consagró el principio de que los derechos civiles tienen mayor alcance y jerarquía que los intereses sectoriales. La industria musical, gran protagonista de estos avatares, ha sido calificada como "una vieja esclerótica" hasta por el personaje que protagoniza la cruzada antipiratería en España, el inefable rockero Ramoncín. Y es que en lugar de reinventarse a sí misma, la vieja esclerótica ha puesto todas sus energías en recrear artificialmente el contexto previo a la última revolución tecnológica para seguir medrando con un negocio definitivamente obsoleto.

POR FAVOR, PIRATEEN MIS CANCIONES. Los músicos la tienen mucho más clara. Los de la punta de la pirámide alzan su voz indignada contra estos seres de parche en el ojo y pata de palo, sin reparar en el detalle de que son sus propios seguidores a quienes insultan. Pero los de la ancha base del mundo musical, aquellos que no han sido (aún) bendecidos por las mieles del éxito masivo, saben que su negocio consiste en que mucha gente los escuche, no en vender más discos que les significan, con suerte, unos pocos centavos. Un músico español, Nacho Escolar, publicó un texto ya convertido en manifiesto, su título es revelador: "Por favor, pirateen mis canciones". Sabe que su chance de sobrevivir con su arte consiste en que más gente vaya a sus conciertos, da lo mismo que sus fans se enamoren de su música con copias legales o piratas.

En la Argentina, quienes dos décadas antes del P2P sabían mucho de esto eran los Redondos: en la misma disquería donde comprabas la entrada a sus recitales, te vendían el casete "pirata" tomado directamente de la consola, multiplicando el público y generando una mística que no ha tenido otra banda del rock vernáculo. Cuando más tarde lanzaron sus discos "no piratas", también entendieron antes que nadie de qué se trataba, y vestían el disco compacto con una obra de arte de Rocambole. No tener el disco original equivalía a tenerlo incompleto, nadie quería una copia despojada del arte de tapa.

Más lejos de estas pampas pero más cerca de estos días, el grupo británico Radioheads lanzó su disco In rainbows sin el auxilio de una discográfica; lo puso en un sitio de internet al alcance de cualquiera y al costo de una contribución voluntaria. La banda nada ha dicho acerca de la recaudación final, pero nadie duda que ha sido varias veces mayor que el mejor contrato que podían obtener de la industria. (Nota al margen: el tiempo pasa para todos. El Indio Solari, en ocasión de la salida de su último disco, se ha quejado de quienes lo copian y le "roban su propiedad intelectual". Curiosa frase que no le hace justicia a su propia historia. También ha comentado el éxito de In rainbows. Su discurso, otrora sofisticado y profundo, hoy quejosa y superficial letanía, no ha ido más allá del "acá no funcionaría porque son todos chorros".)

SOFTWARE LIBRE NOT DEAD. El negocio de la música no es lo único que ha sido afectado por las nuevas tecnologías y por esta moda de sumar restricciones. También todo aquello susceptible de ser contenido por un soporte digital: el conocimiento, la información y cada expresión particular de la técnica cultural de nuestra era, el software. Sin embargo, las reacciones se multiplican y organizan: el software libre cumple más de veinte años y es una amenaza real a los monopolios de la información, la Wikipedia ya no es una aventura alocada y se ha convertido en la mayor colección de información y conocimiento de la historia de la humanidad; surgen alternativas al rígido y obsoleto sistema de "todos los derechos reservados", como Creative Commons, que flexibilizan, amplían y personalizan los permisos que el autor le concede al usuario o consumidor de su obra.

¿Cuál será el camino? ¿Aumentar restricciones de utilización y copia o tomar en cuenta los nuevos usos socialmente difundidos y aceptados respecto de la distribución de estos bienes? ¿Construir un sistema de vigilancia inédito para perseguir a quienes evaden esas restricciones o aprovechar las novedosas tecnologías para garantizar acceso universal al conocimiento y a la cultura? ¿Generar escasez (y por ende, oportunidad de negocios) mediante el recorte artificial de bienes abundantes o buscar nuevos negocios en el entorno tecnológico del siglo XXI (y no del siglo XVII)? ¿Estará amenazada la cultura debido al intercambio sin control, o el verdadero peligro estará en el intento de impedir re-utilizarla (o re-crearla o simplemente compartirla)? Quién sabe: quizás juegue también en esto la concepción que tenga cada quién del arte y de las ciencias. Hay quienes ven el desarrollo de las artes y del conocimiento como un fenómeno impulsado por el genio e inspiración individual de artistas y científicos, y quienes lo ven como un fenómeno social en necesario e intenso diálogo con la historia y con la época. O quizás el debate sea menos sofisticado y sólo estemos discutiendo quién se queda con la porción grande de la torta.

Sobre números y catástrofes industriales

Las cámaras del sector lanzan cada tanto gacetillas de prensa con cifras que visten la catástrofe. CAPIF suele mencionar los millones que pierde el sector. Debe notarse que el cálculo de pérdidas se realiza suponiendo que cada canción descargada de internet equivale a un álbum que deja de venderse. Se trata de una hipótesis al menos aventurada: un estudio de la Universidad de Carolina del Norte que puede conseguirse en internet ("The effect of file sharing in record sales") indica que el efecto del intercambio de archivos mediante redes P2P es "indistinguible de cero". Incluso sugiere exactamente lo contrario al clamor de la industria: muchos discos no hubieran sido comprados si quienes se acercaron a las disquerías no lo hubieran escuchado previamente gracias al uso de redes P2P.

Los argumentos de las discográficas

¿Qué dicen las entidades gestoras de derechos de autor en la Argentina? La Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas (CAPIF), representa la voz pública más activa en la denominada "lucha contra la piratería". Periódicamente realiza una serie de presentaciones judiciales contra personas que son detectadas intercambiando archivos y da profusa difusión a los acuerdos extrajudiciales alcanzados, si bien no se conoce hasta el día de hoy que algún juez haya dictado sentencia.

Dice CAPIF:

"CAPIF desarrolla una acción constante contra la piratería de música con el propósito de que la creatividad artística, el esfuerzo de producción y la inversión sean posibles y exista una industria argentina de la música. 1 de cada 2 discos que se venden en Argentina es pirata. En los últimos 6 años, la venta de discos legales cayó a la mitad. Se redujeron fuentes de trabajo genuino. El Estado pierde ingresos porque la piratería no paga impuestos. Los autores, compositores e intérpretes no cobran regalías por sus creaciones musicales vendidas en forma ilegal."

En el mismo sitio se encuentra el informe del mercado de la música durante el año 2007. Entre otras cifras destacadas, se observa que la industria ha crecido al 9,6% anual. No parece un mal índice para estar viviendo en semejante zozobra.


* El autor es presidente de Wikimedia Argentina y autor del blog Señales de Humo (www.patriciolorente.com.ar).





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Agustín, el profe de tecnología
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viernes, 23 de mayo de 2008

Feinman y los blogs

Les mando una nota que salió publicada en el diario "Crítica de los argentinos" (el de Lanata) sobre unos dichos de José Pablo Feinman y los blogger (lo dicho está en un video de youtube al que dirige el link de abajo). Como estamos intentando que nuestros alumnos sean parte de estos "bloggers", es interesante leer y escuchar este debate.
Saludos
Agustin

Polémicas: José Pablo Feinmann, YouTube y K

Cualquier pelotudo tiene un blog


Daniel Capalbo
23.05.2008
El filósofo, antes filoso, y escritor, siempre prolífico, José Pablo Feinmann afirmó en un tono muy pero muy asertivo que cualquier pelandrún sin obras publicadas ni trayectoria ni prosa genial que exhibir y que encima tenga la osadía de postear en un blog sus impresiones, sus quejas, sus textos incipientes, es un pelotudo. "Cualquier pelotudo tiene un blog y ponelo en negritas", proclamó en un video que se puede ver en YouTube. Una pena, porque Feinmann se quejó con desprecio y una suficiencia que difícilmente merezcan quienes usan los blogs para decir, comunicar y jugar con las palabras que sirven para escribir.

Lo que antes cualquier perejil garabateaba en un cuaderno Arte en La Giralda de Corrientes, por más burro e iletrado que fuera, era bienvenido porque, al menos para los periodistas de mi generación, que de verdad veneraban a la suya, Feinmann, era como poner un pie en el primer peldaño de una escalera que conducía al crecimiento intelectual. Era cosa de entrar en la aventura de la palabra, nada menos.

Puede ser, ¿no? Hay muchos bloggers pelotudos, es probable que la mayoría lo sea. Pero no son los únicos tontuelos en este universo. Hoy existen libertades y recursos tecnológicos que hace apenas unos años eran inimaginables, y también hay un claro abuso de ellos. Pero en todo caso sería bueno sumar a la protesta a otros pelotudos que casi en la tercera edad destilan resentimiento senil o caen en algún tipo de ilusión óptica, más ligada a los deseos que a la razón; algo que, se sabe, siempre nubla el sano juicio y por ende la capacidad crítica. Por ejemplo: el hecho de ver en el ex presidente Kirchner –en pleno ejercicio– a un tipo similar a Jean-Paul Sartre, pero reencarnado en la política, cuando entre uno y otro no hay en común más que su bizquera. Mire, vea, maestro Feinmann, recuerdo que usted dijo eso hace unos años y lo transcribí en una nota cuando a Kirchner apenas se lo conocía por su mal genio adolescente. Hoy creo que aquélla fue una proposición que también podría calificarse de pelotudez, tal vez derivada de una sobredosis de Prozac.

La obra de José Pablo Feinmann es buena. La sangre derramada debería ser declarada de interés nacional, igual que Filosofía y nación. Son libros esenciales. Pero muchas veces me pregunto cómo el intelectual de profesión es capaz de convertirse en la parodia de presentador iluminista de tevé, blandiendo una imagen como de científico loco, en un programa dedicado a la divulgación filosófica que pone en el aire el dignísimo canal cultural Encuentro. ¿Será porque el Estado reconoce y paga? Recomiendo el programa, sin embargo, a los alumnos del colegio nacional. A mí me hubiera gustado tener un profesor así, lo confieso: apasionado, lírico, desgarbado. Y hasta un poco confuso e imperfecto.

Pero una cosa es la filosofía y otra, la acción política. Porque esa confusión la traslada usted a la defensa cerrada de un gobierno que no deja de pedirles adicción a sus intelectuales. Una confusión que lo llevó a concluir apenas una semana atrás que la burguesía sojera estaba urdiendo un golpe en contra de la señora que nos gobierna. Porque, en el fondo, el campo (que para usted es la suma lineal de oligarcas, egoístas liberales y conservadores de ranchería) denostaba a la Presidenta pero para tumbarla, y pensó que todo ese barullo, esta protesta y rebelión frente a un caso de abuso impositivo, escondía el verdadero deseo de cobrarse mal la política de derechos humanos que el Gobierno lleva adelante. Usted lo llamó "protogolpe institucional".

No dudo de que el ejercicio intelectual, el hecho de dar una vuelta de rosca a lo evidente y superficial, la reflexión como sistema, sean la arcilla que moldea el pensamiento crítico. La pregunta es: cómo es posible que ese ejercicio ponga del mismo lado, bajo la misma bandera, en la misma vereda, a defensores biológicos de un gobierno que miente las cifras de pobreza, de inflación, que manipula la libertad de prensa. Defensores como el profesor Luis D'Elía o como el antes recalcitrante Eduardo Feinmann, periodista de C5N y Radio 10, su primo lejano y ahora habitual interlocutor domesticado de la Casa Rosada.

¿No será por eso, estimado José Pablo Feinmann, que ahora hasta un pelotudo tiene un blog?


[Publicado en http://www.criticadigital.com.ar/impresa/index.php?secc=nota&nid=4902]



El video:


martes, 8 de abril de 2008

Roxana Morduchowicz: "No hay que tenerle miedo a la tecnología"


La entrevista
Roxana Morduchowicz: "No hay que tenerle miedo a la tecnología"

Especialista en comunicación y culturas juveniles, Roxana Morduchowicz traza un perfil de la "generación multimedia" y analiza el modo en que la revolución tecnológica define la vida social de las nuevas generaciones. También les resta importancia a muchos de los temores más frecuentes de los padres y dice que "hay que acompañar a los chicos en sus consumos tecnológicos"


LANACION.com | Enfoques | Domingo 6 de abril de 2008