Entre la felicidad tecno y el tecno panic attack (1ª entrega)
Diez gansadas sobre internet (y de cómo las repetimos a coro)
El mundo “virtual” va a solucionar los problemas del “real”, sí. Y la Red –rebosante de ciudadanos interesados en la cosa pública– es el espacio más democrático jamás creado en la historia humana. Pero qué horror: los niñitos se pierden en el ciberespacio y no regresan. O se hacen homicidas de tanto jugar videogames. O se condenan al infierno educativo si no están online. Estas son algunas de las mitologías más meneadas sobre el fenómeno internet. Ante semejante tensión entre promesas y espantos, una mirada unplugged.
(Escritora y periodista especializada en tecnologías de la información. Investigadora del Instituto Gino Germani.)
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Sumergirse en el mundo virtual. "No existe un tecnología que, en sí misma, fabrique libertad. Y no puede haber mucha libertad en el mundo 'virtual' si en el 'real' se la reprime.
Antes de dirimir si internet tiene algún “efecto democratizador” sería mejor preguntarse de qué hablamos cuando hablamos de democracia. Suele pasar que cuando en la Red se propone votar por alguna cosa (asumiendo que asociamos un poco toscamente “voto” con “democracia”), esa cosa puede ser una encuesta en la que se pregunta, por ejemplo, “¿cómo califica la tendencia adolescente de practicar sexo oral a cambio de favores?”. O bien: “¿Piensa viajar a algún lado en Semana Santa?”. Votar en este tipo de encuestas puede dar la sensación de participar en la construcción de opinión pública. Pero, más probablemente, este ejercicio del voto sólo implique dar una mano en otra construcción distinta: la de insumos muy útiles para que algún departamento de marketing promocione mejor determinados productos entre los lectores de un determinado sitio.
Hay una pregunta anterior, más evidente y relevante: ¿por qué sería deseable la existencia de una relación entre internet y democracia? Porque el acceso se caracteriza por dos rasgos no inocentes: es global y es desigual. Es global porque uno puede publicar y leer lo publicado por otros, independientemente de su ubicación geográfica. Y es desigual, porque sólo en determinados países y regiones tiene acceso más del 75 por ciento de la población. Según Internet World Stats, sólo el 20 por ciento de la humanidad tiene acceso a internet. Es mucho más que hace una década, cuando esta cifra alcanzaba apenas al uno por ciento, pero aún quedan demasiadas sociedades y personas del lado “desconectado” de la globalización.
Si es cierto que internet favorece la democracia, por ahora lo hace en una democracia de “voto calificado”: porque como en tantos otros rubros, el peso –tanto online como offline– de la opinión proveniente de los países económicamente más fuertes es infinitamente mayor que el de los otros. Y tal como sucede en Naciones Unidas, en este medio global también hay naciones con derecho a veto. Además, si la Red fuera una democracia, tendría voto calificado por clase social: dentro de cada país acceden quienes pueden pagar determinados consumos. También quedarían excluidos aquellos que, por razones culturales o de edad, no encuentran fácil el uso de las nuevas tecnologías, aún cuando puedan pagar internet. Un dato curioso ilustra las desigualdades: entre los lugares del mundo con mayor penetración de internet se destacan en el lugar 14 las Islas Malvinas, con un 69,4%, según datos de la CIA de diciembre del 2002.
2. Total libertad de expresión (garantiza: la Red). Otra afirmación habitual: los flujos en internet interpretan la censura como un fallo técnico y automáticamente encuentran una ruta distinta de transmisión del mensaje. Esto sencillamente no es cierto: una vez que los paquetes de datos llegan al servidor local, la verdad es que no hay ninguna dificultad técnica en bloquear contenidos. Por lo tanto, la libertad de expresión que pueda darse en la Red no se da tanto por razones tecnológicas, como sociales, políticas y culturales. Depende más del corpus legislativo de cada país y de una capacidad y/o voluntad de represión que de un elemento estructural del nuevo medio. En países como Birmania, Egipto y muchos otros se ha encarcelado y se sigue encarcelando a bloggers por delitos de opinión. Muchas páginas son sistemáticamente censuradas. Está ocurriendo estos días en China –por el conflicto con el Tíbet–, a escala china.
Hace hace poco tiempo Pakistán decidió bloquear en su territorio el acceso al sitio de videos YouTube porque el portal presuntamente contenía videos contrarios al Islam. Esa acción provocó la caída parcial de este sitio en varios otros países.
El problema se debió a un defecto en la forma en que todos los proveedores de servicios de internet del mundo manejan cierta información técnica necesaria para encontrar las PC conectadas a la Red. Para simplificar el proceso y abaratar costos, los proveedores no almacenan ni actualizan en equipos propios este tipo de información, sino que la comparten entre sí. Con lo cual, si alguno ofrece datos incorrectos al resto, se pueden generar fallas. Precisamente, lo que ocurrió en este caso fue que los datos técnicos orientados a bloquear YouTube en Pakistán se distribuyeron a otros proveedores en forma supuestamente accidental. Así se provocó una caída extensa del portal durante dos horas en todo el mundo. Por lo tanto, en la práctica, Pakistán no sólo ejerció la censura en su propio territorio, sino que consiguió hacerlo en otros países. Lo que viene a demostrar que no existe un mundo “virtual” liberado de las condiciones sociales y políticas del mundo “real”. No existe una tecnología que, en sí misma, fabrique libertad. Y no puede haber mucha libertad en el mundo “virtual” si en el “real” se la reprime.
3. Teleciudadanos fascinados por la cosa pública. Todos saben que en Londres, en Hyde Park, existe el famoso Speaker’s Corner, esquina de los oradores, donde uno puede subirse a un cajón y comenzar a perorar, con total libertad. Esta libertad de expresión, por supuesto, no garantiza un auditorio atento ni trascendencia pública. Desde 1874 los oradores vienen brindando un pintoresco entretenimiento dominical para turistas, sin consecuencias para la vida política del país.
Internet se parece bastante a la Speaker’s Corner. Es cierto que muchas denuncias importantes, como la de la masacre de Tiananmen, producida en junio de 1989 en China, se hicieron antes en internet que en los medios tradicionales. La Red se ha convertido en una importante alternativa a la información ofrecida por las grandes cadenas noticiosas. Sin embargo, como en Hyde Park, el hecho de que cierta información se difunda no garantiza ni llegada ni interés en la mayoría.
Con la popularización de los blogs se renovó la idea de que internet es el lugar perfecto para un debate que, a su vez, lleve a los usuarios a participar con mayor información de las decisiones públicas del mundo “real”. En el momento de escribir esto, según la cuenta que lleva el sitio BlogPulse, existe un total de 73.759.332 blogs en el mundo. 62.248 nacieron en las últimas 24 horas. En el mismo día se sumaron 689.868 posts o artículos. Las estadísticas revelan la triste verdad: muy pocos autores de blogs leen otro aparte del suyo. Y sólo un puñado de blogs alcanza una masa respetable de lectores.
Estos datos hablan de un problema de fragmentación que queda aún más expuesto cuando se examina qué buscan los usuarios del mundo en internet según sea cuál su vida, su clase social, el país en el que viven (ver recuadro). Y muestran una vez más la falacia de que hay una vida online eminentemente distinta de la offline. Cuando las entrevista un encuestador, las personas pueden asegurar que su mayor preocupación –como la de las concursantes a Miss Universo– es la paz en el mundo. Pero, a la hora de usar internet, van derecho al video de Wanda Nara. Si, más allá de lo que declaren, los “ciudadanos” no tienen un real interés en temas como el desempleo, la marginación, la violencia, la salud o la educación, ninguna virtud presuntamente inherente a internet puede producir algún cambio.
4. El futuro de la educación está allí (y al que no le gusta...). La idea de que usar computadoras equivale, por sí misma, a tener una mejor educación no es nueva. Ya existía en 1985 cuando aparecían los primeros equipos hogareños como los Commodore, Spectrum y Texas TI-99. Un clásico estudio de campo llevado a cabo entre familias británicas entre 1983 y 1987 muestra que, ya entonces, había campañas de marketing gubernamentales y privadas destinadas convencer a los padres de que las perspectivas de empleo futuro de sus hijos pasaban por comprar uno de esos equipos. Aquellas viejas máquinas hoy son reconocidas más por haber sido eficaces en matar marcianos que por su contribución a la educación. Hoy se repite el discurso: el solo hecho de plantar tecnologías de información y comunicación en la comunidad educativa redunda en la superación de brechas digitales y en una mejora lineal de la educación.
Un ejemplo: la forma en que se viene publicitando el proyecto de computadoras portátiles baratas para niños de países en desarrollo de la fundación One Laptop Per Child (OLPC). Al principal impulsor de este proyecto, Nicholas Negroponte, se le preguntó en una entrevista del diario El País de España por qué necesitan una portátil niños que no tienen agua potable, ni comida, ni electricidad. Su respuesta fue “sustituya la palabra ‘portátil’ de esa frase por ‘educación’. Esta PC es un libro electrónico y los niños pueden aprender idiomas, comunicarse con otros niños, aprender programación... Nadie cree que haya que eliminar la educación porque no haya agua potable”.
Seguro, nadie duda que haya que dar educación aunque no haya agua potable. Tampoco hay razones a priori para oponerse a que los chicos accedan a esta tecnología. La falacia es considerarla como sinónimo de educación. Y, aleluya: parece que los niños de Nigeria participantes en una de las primeras pruebas piloto de esas máquinas no sólo les dieron fines educativos, sino que las usaron para buscar pornografía, tal como publicó en septiembre de 2007 la agencia nigeriana de noticias NAN.
5. Impacto hiperpositivo sobre la sociedad (o hipernegativo, sé igual). Casi todas las mitologías de la Red tienen algo en común: la idea subyacente de que la tecnología es algo que, desde “afuera” de la sociedad, le hace cosas a ésta. Cada vez que alguien se pregunta “¿cuáles son los efectos de la tecnología X sobre la situación social Y?”, está asumiendo este supuesto.
El problema es que, si se predica que con determinada tecnología linealmente se producirá equis efecto benéfico para la sociedad, se vuelve a olvidar que ese supuesto efecto depende de los actores sociales involucrados, no de la tecnología. Un ejemplo es el voto electrónico. Cada vez se ven más candidatos, organizaciones y medios de comunicación escandalizados de que no se termine de implementar ese modelo que parece tan moderno. ¿Quién, que no sea un troglodita, puede dudar de que este sistema tiene que mejorar la transparencia de las elecciones, limitar las posibilidades de fraude o impedir el clientelismo político?
El problema es que, lejos de cumplir esos objetivos, las urnas electrónicas pueden posibilitar nuevos modos de fraude y más baratos, o violación del secreto a gran escala. Un caso al azar: en Estados Unidos, en 2003, en la elecciones locales del condado de Boone, Indiana, las urnas electrónicas registraron un total de 144 mil votos, aunque las personas habilitadas para votar eran 19 mil. El mismo año, en el condado de Fairfax, Virginia, las máquinas restaron 100 votos a uno de los candidatos y le dieron en algunas mesas resultados negativos que no se correspondían con los votos reales. Y en las elecciones presidenciales del año 2000 una urna electrónica suministró un resultado final que incluía 16.022 menos votos para el candidato Al Gore. En un artículo sobre voto electrónico en 2006, el especialista Salvador V. Cavadini concluía que la única ventaja de las urnas electrónicas es la velocidad en el recuento. Mientras que “el peligro más grande es la delegación de la fiscalización del acto electoral en una elite muy reducida en desmedro del poder de fiscalización” del ciudadano común. Es que la transparencia de los comicios no depende de las propiedades de las tecnologías, sino de la existencia de un contexto favorable.
Otra variante del determinismo tecnológico consiste en hacer todo lo contrario de lo anterior: atribuir efectos siniestros a determinada tecnología. Casos: “Dos adolescentes acusados de matar a niña imitando videojuego” (USA/AP, 20/12/2007), “Tiendas británicas retiran un videojuego tras el asesinato de un adolescente” (Reuters, 30/07/2004), o este tipo de recomendación dada por la policía de Houston en una web escolar: “Si su hijo tiene una página electrónica en MySpace, asegúrese de conocer su nombre en pantalla y su contraseña”. Generalmente no se averigua mucho acerca de los problemas psicosociales preexistentes de los adolescentes en cuestión. Es más simple culpar al videojuego o a una página de contactos sociales. Con lo cual, se exime de culpa a otros sospechosos posibles: la familia, la escuela, el Estado, o cualquier malestar social.
Importantes asuntos a resolver por Google (lista de las palabras más buscadas, según país)
Argentina, septiembre de 2007. 1. Ropa interior, 2. House, 3. Showcase, 4. Chancho, 5. Daniel Radcliffe, 6. Eyes, 7. Imágenes de hadas, 8. Modding, 9. Dieta, 10. Videos de Ronaldinho.
Chile, mismo mes. 1. Lain 2. Arpa, 3. Sencillito, 4. Smashing Pumpkins, 5. AC DC, 6. Laura Pausini, 7. Galileo Galilei 8. Jugar.com, 9. Uruguay, 10. Sufrimiento.
Colombia. 1. Ríos, 2. Vacaciones, 3. Sakura y Sasuke, 4. Oscuridad, 5. Celular rojas producción, 6. Hércules, 7. Ciclo menstrual, 8. Nariz, 9. Rolling Stones, 10. El Heraldo de Barranquilla.
México. 1. Will Smith 2. Astronomía, 3. Suba, 4. Jesús Adrián Romero, 5. Element, 6. Sistemas, 7. Vampiros, 8. Diario de Chiapas, 9. Videos cristianos, 10. Juegosjuegos.
España. 1. Miren Ibarguren, 2. Harrylatino, 3. Fuegos artificiales, 4. Levante emv, 5. Salud, 6. Satse, 7. Holanda, 8. Vmware, 9. Oxford, 10. Periódicos deportivos.
Estados Unidos. 1. Castaways travel, 2. Toyota center, 3. George Reeves, 4. Than Merrill, 5. Greensboro Coliseum, 6. Southlake Carroll, 7. Jonasbrothers.tv 8. Sebastian Burns, 9. Mad tv, 10. Mad tv online.
Argentinos abismados en YouTube**
Lunes: deportes (38%). Martes: entretenimientos (40% y 42%). Miércoles: entretenimientos (40% y 42%) / Noticias y política (22%). Jueves: entretenimientos (24% y 28%). Viernes: entretenimientos (24% y 28%) / deportes (17%). El video de la ejecución de Saddam Hussein fue visto por más de 21 millones de usuarios en sólo una semana. Puede suponerse que fue un espectáculo más, no muy distinto del consumo televisivo de médicos haciendo biopsias, detectives forenses analizando cadáveres, criminales proveyendo necropsias.
Picoteando información. El material volcado en internet equivale a tres millones de veces la cantidad total de libros escritos en la historia de la humanidad.
La respuesta general es que, cuando se plantea una oposición binaria tan tajante, siempre hay que sospechar falacia. Para empezar, toda comunicación es mediada. Si uno no es telépata, siempre utiliza algún tipo de lenguaje que no tiene nada de transparente. En este sentido, no existe la comunicación directa. La comunicación cara a cara tiene tantos filtros como cualquier otra comunicación, y no es mejor ni peor en sí misma. A veces, por buscar lo que tiene de innovador y diferente un determinado tipo de comunicación, se pierde de vista lo que todos tienen en común. Entonces, más que como un mundo “virtual” opuesto al “real”, internet puede ser representada como una instancia de múltiples órdenes espaciales y temporales que cruzan una y otra vez la frontera entre lo online y lo offline.
7. Alerta drogones: internet es un viaje de ida. El concepto de “adicción a internet” tiene un origen poco conocido, que vale la pena recordar. En 1995, en un foro online de psiquiatras y psicólogos, a un participante llamado Iván Goldberg se le ocurrió hacer una parodia del manual de clasificación de trastornos mentales usado por estos profesionales, una cosa llamada DSM IV. En su descripción, Goldberg se declaraba descubridor del “síndrome de adicción a internet”, una terrible nueva patología, y proponía para su curación algo muy similar a los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos. La broma tuvo mucha difusión y, como era esperable, al salir de su contexto original hizo sonar alarmas generales.
Preguntarse acerca de si internet puede generar adicción implica tener una preteoría sobre qué es la Red y otra sobre qué es la adicción. En primer lugar, supone pensar que internet es una sola cosa, y no muchas. En segundo lugar, confunde disfrute o necesidad laboral con adicción. Imaginemos a una persona que se levanta a la mañana, lee el diario, luego viaja oyendo la radio, al llegar a la oficina pasa unas ocho horas haciendo su trabajo, y al volver ve televisión. Seguramente nadie vería nada raro en su vida. Imaginemos otro caso: alguien se levanta, lee el diario online y, luego, en vez de viajar –porque quizá sea teletrabajador– oye la radio por internet. Al mismo tiempo, revisa los primeros mails y después hace su trabajo vía internet. Cuando termina, mira videos en YouTube para entretenerse, chatea con amigos o mira los canales de televisión que se emiten online. Conclusión posible: “Qué horror, este tipo vive enchufado a internet, es un adicto”. Sin embargo, la única diferencia entre ambos casos es de gustos o necesidades. Acusar a internet de generar problemas de adicción, conspirar contra las sanas relaciones familiares u otras desgracias es, una vez más, dar una coartada a la sociedad o a instituciones como la familia y el Estado, cuyas disfunciones sí pueden estimular la existencia de todo tipo de trastornos individuales, no necesariamente atribuibles a las nuevas tecnologías.
8. Se va a acabar la horrible brecha digital. Cuando la introducción de nuevas tecnologías en lugar de nivelar desigualdades sociales, las potencia, suele decirse que se trata de un efecto colateral mínimo, fácil de solucionar. ¿De qué modo? Extendiendo aún más la panacea en cuestión, hasta que todos la puedan disfrutar. Sin embargo, en la historia de las tecnologías se demuestra una y otra vez que buena parte de ellas, si no todas, fue desarrollada precisamente para generar diferencias a favor de alguien o de algo. Recién cuando expira la patente o su valor económico se reduce mucho, puede esperarse un mayor acceso a esa tecnología puntual. Para entonces, ya estará marcando desigualdades otra cosa patentada y quizá sobrevaluada.
Para legitimar socialmente este rasgo estructural de las tecnologías, las empresas o estados que las impulsan construyen la idea de que sus consecuencias serán disfrutadas por todos. Cuando “el norteamericano” pisó por primera vez la Luna, se habló de “un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la Humanidad”. La verdad es que cuando un país poderoso considera estratégica cierta innovación, lo último que desea es que la tenga todo el mundo.
En nuestras modestas pampas existe un ejemplo de cuán poco desea el país del Norte que otros tengan industria astronáutica propia. Sucedió cuando, cediendo a presiones de Estados Unidos, en 1991 nuestro país ordenó el desmantelamiento del misil Cóndor. Era aquel cohete de largo alcance que, eventualmente, hubiera sido capaz de alojar una ojiva nuclear. El Cóndor era heredero de 50 años de investigación y desarrollo locales en industria espacial.
Lo que se comentó poco, tanto entonces como después, es que el misil implicaba una tecnología de uso dual: tenía aplicaciones que podían ser militares, pero también civiles. Concretamente, podía ser usado para poner satélites en órbita baja alrededor de la Tierra, para fines muy redituables como permitir comunicaciones vía satélite, internet o televisión. Es razonable suponer que lo que molestaba a Estados Unidos no era tanto su eventual uso militar, sino el civil. Hoy, por determinadas llamadas telefónicas, pagamos un derecho por el uso de satélites norteamericanos. Y las facturas por televisión satelital incluyen el costo de derechos de uso de satélites norteamericanos. Y cada vez que en televisión vemos algo “vía satélite”, alguien paga por usar esos mismos satélites norteamericanos. Si la versión civil del Cóndor no hubiese sido cancelada, hoy sería el Estado argentino quien percibiría esos ingresos y varios técnicos e ingenieros conservarían sus trabajos. Así gana Europa con su consorcio Ariane.
También es evidente que, cuando una empresa desarrolla algo, querría, en lo posible, hacerlo imprescindible para los clientes pero muy difícil de reproducir para otras compañías o particulares. Es lo que hace Monsanto con sus semillas. Más allá del marketing que habla de favorecer la “transferencia tecnológica” y proveer “alimento para el mundo”, subyace un modelo de negocios que, en la práctica, hace muy difícil a los productores no comprar ni usar sus semillas transgénicas, no pagarle regalías y conservar el derecho a utilizar semillas reproducidas para las futuras cosechas. En la Argentina, el cultivo comercial de uno de los más lucrativos productos de Monsanto, la soja RR, fue aprobado en 1996 y, desde entonces, se multiplicó geométricamente. Pero cuando esto ocurrió, regía la Ley de Semillas cuyo artículo 27 reserva para el productor el derecho de multiplicarla para uso propio. Sin embargo, hacia 2001 la corporación comenzó a amenazar a los productores agrícolas sobre el uso “ilegal” de sus semillas y a exigirle al Gobierno argentino que hiciera cumplir “la ley”.
El mercado de medicamentos funciona de un modo parecido. Mientras los documentales de Discovery Channel muestran un futuro optimista donde la medicina podrá curar desde la caspa hasta el aburrimiento, la realidad es que no sólo se desarrollan antibióticos con el fin de curar la neumonía, la diarrea o el SIDA en los países más pobres de la Tierra, sino para vendérselos caro a quienes los puedan pagar. Se trata de un comercio bastante desigual, tal como lo explica un informe de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (UNIDO): sólo 10 países –los desarrollados– están en la punta del desarrollo farmacéutico. Otros cinco, Argentina, China, India, Corea y México, pueden hacerlo mediante imitación e ingeniería reversa. Hay un puñado que tiene una limitada producción de fórmulas conocidas y la mayoría sólo puede recurrir a la importación. El problema es que los países que no pueden costear la innovación farmacéutica tampoco pueden gastar tanto en salud como los desarrollados. La azitromicina, un antibiótico que se emplea contra la neumonía, cuesta más o menos lo mismo en Kenia que en Noruega. Pero, mientras que Noruega gasta unos 2.300 dólares anuales per cápita en salud, Kenia gasta unos 17.
Es probable que en otros diez años se siga hablando de brechas entre quienes accedan o no a lo que entonces se considere la llave del éxito. Pero la verdadera brecha no es entre quienes tienen y quienes no una determinada tecnología, sino entre quienes pueden producirla y venderla a otros y quienes no pueden. Los países o grupos sociales que queden del lado consumidor del mercado tecnológico estarán en desventaja. Hoy está de moda decir que se trata de la tecnología informática. Pero, si estrategias como la de Monsanto siguen avanzando, en un futuro esa tecnología “hot” será, simplemente, la comida.
9. ¡¡Está matando al libro!! ¡¡Y a la tele!! Internet no sólo no ha desplazado a los libros sino que contribuye notablemente a su difusión. Cada día que pasa se publican en todo el mundo unos 3.000 volúmenes. En general, no es cierto que las formas digitales conduzcan a la eliminación de aquellos bienes culturales que ocupan el mismo “nicho ecológico”, aunque en soporte analógico. Sí pueden ayudar a su modificación, o llevan a una evolución adaptativa. Ejemplo que ya lleva muchos años: la incorporación de más imágenes en los diarios como respuesta al auge de la cultura audiovisual.
Según un estudio reciente publicado por la Biblioteca Británica y el Joint Information Systems Committee de Inglaterra, hay muy escasa evidencia que fundamente que los jóvenes de la Generación Google son muy diferentes de los mayores. Tras su investigación, lograron derribar seis de los mitos más populares acerca de los hábitos de lectura de los chicos. Un caso: no hay evidencia de que, antiguamente, no prefirieran hojear antes que leer un texto completo. El gusto por la digestión fácil hay que rastrearlo en nuestros ancestros primates, no en internet. Tampoco es cierto que ahora los jóvenes puedan buscar información en la Red de un modo que envidiarían los expertos. Según el estudio, no hay ni mejoras ni deterioros evidentes en este sentido. Y si se trata de la preocupación porque los chicos adquieren capacidades con la PC en base a ensayo y error y no a educación formal, el informe señala que personas de todas las edades aprenden de la misma manera. Nada que pueda considerarse terrible.
En cuanto a la afirmación según la cual los muy malcriados tendrían cero tolerancia frente a las frustraciones informáticas, el estudio revela que es cierto, pero no en mayor ni menor medida que las personas de cualquier edad. Para tranquilidad de los adultos, no es verdad que los jóvenes encuentren a sus pares más creíbles que a las figuras de autoridad tradicionales. Aunque parezca mentira, los chicos sí valoran las opiniones de los maestros y padres. Finalmente, un dato sorprendente: para quienes se alarman porque los niños quieren estar conectados constantemente a internet, el informe revela que, al menos en Inglaterra, los mayores de 65 años suelen navegar más horas que los niños. Olé.
No es necesario temer que las lecturas “virtuales” en pantalla suplanten a las queridas lecturas “reales” en los libros. Internet impulsa mucho a los demás medios de comunicación, porque gran parte de los posts y conversaciones online se refieren, justamente, a comentar noticias de diarios, libros y programas de radio y televisión. A la inversa, cada vez es más común ver que los medios tradicionales difunden material originalmente producido en y para la Web, como los videos de YouTube o las informaciones nacidas en blogs. Lo que se comprueba es que el conjunto de los medios forma una especie de ecosistema donde, si uno de ellos cambia de características, o surge uno nuevo, los demás pueden adaptarse a la nueva situación sin necesidad de desaparecer.
10. Sólo una bolsa de información basura. En la Red los materiales no aparecen ordenaditos como en una biblioteca y a veces son de por sí muy difíciles de clasificar y hallar. Cuando uno busca algo, hoy, lo más natural es hacerlo mediante Google. Con lo cual, obtendrá miles de resultados, de los cuales una gran cantidad serán irrelevantes, de autoridad dudosa, inexactos, deliberadamente falsos o, directamente, sin nada que ver con el asunto buscado.
El problema real es que es demasiado fácil encontrar basura y no tanto encontrar lo que se necesita. Es difícil, entre otras razones, porque la cantidad de información online es abrumadora. Según un estudio de la consultora IDC hecho a pedido de la firma EMC, el material volcado en internet equivale aproximadamente a tres millones de veces la cantidad total de libros escritos en la historia de la humanidad o el equivalente a 12 pilas de libros, cada una extendiéndose a 93 millones de millas desde la Tierra al Sol. Por otra parte, los últimos informes muestran que Google es capaz de indexar 20 mil terabytes de información en tan sólo 24 horas.
Existe un fenómeno paralelo: generalmente la información realmente útil está protegida bajo derechos de autor. Poderosos grupos empresarios poseen los derechos de millones de fotos, documentos e imágenes y cobran por acceder a ellos. Esos sectores impulsan un endurecimiento de las leyes de “propiedad intelectual”, de un modo que en la práctica limitaría mucho el acceso a los bienes culturales. Consecuencia posible para la calidad de la información: si todo lo valioso es propiedad de alguna corporación, lo que quede como públicamente accesible serán los restos, la basura. Entonces, es cierto que en la Red hay mucha basura porque hay muchísima información (información en términos de bytes y no necesariamente información socialmente útil). Por otro lado, que internet sea o no una gran bolsa de residuos no depende de sus características, sino de cuáles son las estrategias públicas con respecto a los modos sociales y legales de compartir el conocimiento.